Por: Pacho Mendoza
Atendiendo sugerencias de varios de nuestros lectores en torno a las notas anteriores sobre la presencia y actuación de franceses en la región del Sinú, principalmente en lo que tiene que ver con la extracción maderera, en esta entrega nos proponemos hacer referencia la explotación de la mano de obra de aquella todavía rica región del sur del Departamento. Para ello debemos acudir a las extraordinarias crónicas de Antolín Díaz, producto de su recorrido por el propio escenario: El Alto Sinú.
Su recorrido por aquel escenario, ya curtido en su formación de cronista, le permitió realizar verdaderas radiografías de aquel escenario y el discurrir diario de sus protagonistas, los trabajadores de la empresa francesa de la extracción de las maderas del Alto Sinú. En sus crónicas, comienza comparándolo con el Orteguaza que antes lo había conocido, tras recorrer el extremo sur del país. Le llamo poderosamente la atención, las canoas y las balsas donde se trasportaba las maderas, que corrían veloces como si un motor invisible las impulsara hasta lograr velocidades superiores a la corriente del rio.
También se asombró por la abundancia del pescao, los tigres y las serpientes. Debemos reiterar – como en otras ocasiones – la capacidad de observación que caracterizó a nuestro viejo cronista. Un ejemplo adicional: Señalo igualmente que en las ciénagas de poca profundidad que el Sinú alimentaba a largos trechos, abundaba la icotea, el pato, el ponche, la nutria y el enemigo de todos ellos, la Babilla, que según Antolín, sufría de neurastenia.
Conoció también que las iguanas salían a poner sus tres docenas de huevos en las playas y los barrancos en ceremonias que normalmente se dan en los meses de febrero y marzo. Con los morrocoyes, Antolín muchas veces tropezó, porque los confundía con piedras por su lento andar cuando habían salido o estaban pensando regresar a las cuevas de los troncos en la selva. Según le aseguró Miranda – su compañero de aventura- el Morrocoy cuando es viejo duerme, duerme hasta tres meses seguidos.
Cansados ya del extenuante viaje, Antolin y Miranda (su amigo de aventuras) deciden amarrar la canoa y emprenden la marcha a pie. Querían llegar a los bosques imponentes que talaba la compañía inglesa D.O. Emery desde hacia varios años. El propósito no representaba ningún inconveniente ya que ya que Miranda conocía a Salvador Grandeth, uno de los principales capataces –como decían los abuelos – era también otro explotado de la Emery.“
Sobradas razones tuvo Antolin Díaz, al considerar que en las faldas de los cerros Las Palomas y Murucucú, lo que bien pudo calificarse de Mina de Oro, era imaginable, aparte de que eran maderas preciosas en cuanto a calidad y uso.
Para que no se piense que es exageración nuestra, nos limitamos decir que señalar aspectos destacados de lo afirmado por Antolin Dian en su libro Sinú, Pasión y Vida del Trópico. Relata Antolin: Las trosas en espesor de dos y tres metros por doce de largo, bajan por el rio hasta la Bahía de Cispatá, en balsas enormes.
Ojala pronto los organismos oficiales encargados de la defensa de nuestros recursos naturales, diseñen y ejecuten estrategias para evitar la desaparición total de esas minas de madera del Sur de Cordoba.