Por: Nelson Castillo
Las primicias de los grandes noticieros de Colombia, para qué negarlo, las de los medios impresos y audiovisuales, reflejan la historia cotidiana del descarrilamiento de la condición humana. Duele decirlo, pero así es. Desde periodistas que se venden al mejor postor hasta la tortura y asesinato a mansalva de un exguerrillero a quien le cortaron el pene antes de matarlo como definitivo escarmiento para que nadie más se atreva, a la usanza de los crueles españoles colonialistas que impusieron a la brava en la población aborigen un Dios y un régimen de terror, pasando por asesinatos de líderes sociales, violadores insufribles y servidores públicos impúdicos que se roban los recursos del Estado para dejar a los niños de las regiones sin alimentación y medicina. Un país donde suceden tantas cosas crueles, que la misma prensa y las instituciones del Estado se ven en la necesidad de acudir a eufemismos volátiles en el lenguaje con el fin de mermar el alto voltaje de las acciones más abominables. Un país al que sobrevivimos todos los días.
Otra noticia peor, más espeluznante, sucede a la anterior que nos dejó a todos con la boca abierta de terror cuando no de asombro. Y, sin embargo, a pesar de todo, los colombianos aún no hemos perdido la capacidad de pasmarnos ante lo nefando ni el norte de la utopía de un país más plausible en el que, por fin, nuestros nietos puedan vivir algún día en paz y en concordia.
Desafortunadamente, lo mucho que existe en el plano de lo cotidiano, lo que cobra realidad (la realidad está constituida por la conceptualización que llevamos por dentro), viene de los grandes titulares de la prensa, el cuarto poder en las sociedades permisivas en las que se les concede a los medios privados el libertinaje de presentar noticias pornográficas dirigidas al lado más mórbido de los seres humanos. El discurso del sistema educativo sucumbe frente a la realidad que construyen en el imaginario colectivo las malas noticias de los medios, porque la educación, según Kafka, forma y deforma.
Las malas noticias de la prensa colombiana son tan perjudiciales (las malas noticias son las que más venden, lo malo siempre ha tenido más densidad que lo bueno), que conozco a una paciente psiquiátrica a quien le prohibieron a cualquier hora del día y de la noche los noticieros colombianos.
Es decir, una terapia medicada eficaz en estos momentos históricos de Colombia contra las enfermedades del alma y del cuerpo que nos arrojan a los abismos sin regreso, consiste en no tener el mínimo contacto con los noticieros. Los efectos positivos previstos son de apreciar. Tanto así, que cuando se habla con esta paciente, uno experimenta la extraña impresión de estar frente a un ser seráfico con un liso y virginal rostro, anterior al pecado original. Parece un ángel de regreso al Edén, después de vivir una larga temporada en el infierno, ya lejos de los efluvios de las malas noticias, habitante feliz de la Arcadia, la ciudad renacentista griega llena de paz y concordia.