París registra un importante descontento social contra una reforma promovida por el presidente liberal Emmanuel Macron, y para obligar al gobierno a dar marcha atrás, desde la semana pasada los sindicatos intensificaron sus acciones con huelgas dilatables en sectores clave como energía y transportes, después de haber organizado manifestaciones masivas en enero y febrero.
Los empleados municipales de recolección de basuras empezaron hace más de una semana su paro, que afecta a la mitad de la capital. Uno de ellos, Nabil Latreche, de 44 años, denuncia el hecho de tener que trabajar más años, pese a contar con un contrato “penoso”. “Trabajamos llueva, nieve o haga viento […]. Cuando estamos detrás del camión, respiramos cosas volátiles. Tenemos muchas enfermedades profesionales”, asegura. “Cuando me jubile, sé que viviré pobre” con una pensión de 1.200 euros (1.280 dólares) como mucho, lamenta Murielle Gaeremynck, una mujer de 56 años, basurera desde hace dos décadas.
En total, 5.600 toneladas de basura se acumulaban el lunes en las calles, según la alcaldía, un volumen que aumenta cada día. De vacaciones en París, miles de turistas se hallan inmersos en el conflicto social francés.
“Evidentemente, no es lo mejor para los turistas extranjeros”, reconoce Jean-François Rial, el presidente de la Oficina de Turismo y de Congresos de París, pero “no dañará la imagen” de la ciudad. “Incluso dos semanas sin recogida de basura no habían perjudicado a Nápoles”, asegura el hombre, para quien el conflicto social no le pasará factura “a la frecuentación turística de esta maravillosa ciudad”.