«El Regreso del Gran Redentor»

Hace muchos años, en una tierra lejana… un hombre bajito, con un peinado cuestionable y un bigotito aún peor, logró convencer a millones de que él era la salvación. Pero tranquilos, no estamos hablando de aquel pintor austriaco. No.
Porque la historia tiene una fascinante habilidad de repetirse con nombres distintos, banderas diferentes y discursos que suenan peligrosamente familiares. Hoy les contaré cómo, en pleno siglo XXI, las sombras del pasado vuelven a caminar entre nosotros.
Bienvenidos a «El Regreso del Gran Redentor».
Todo empieza igual. Un líder aparece de la nada, con promesas imposibles y una voz que retumba en cada rincón. Dice que el país está en ruinas. Que todo es culpa de un grupo misterioso que ha saboteado la grandeza nacional. Que él, y solo él, podrá devolverle la gloria al pueblo. Y claro, que lo que se necesita es mano dura.
El truco es viejo, pero funciona. Mientras haya miedo y odio, siempre habrá quien se presente como el salvador. Y si no lo creen, miren a su alrededor. Siempre hay un iluminado que dice que todo estaba mejor «antes», cuando podías decir barbaridades sin consecuencias, explotar trabajadores sin sindicatos molestos y echarle la culpa de todo a los inmigrantes, a los pobres o a los comunistas… aunque nunca sepan qué es un comunista.
Pero para salvar al país, hay que limpiar la casa. Primero, la prensa. Porque un buen líder no necesita críticas, solo alabanzas. Luego, los jueces. Porque la justicia es más efectiva cuando obedece órdenes. Y finalmente, los opositores. Porque si alguien no está de acuerdo, es porque claramente conspira contra la patria.
Aquí el juego es simple: si criticas al líder, eres un traidor. Si no lo criticas lo suficiente, eres tibio. Y si lo apoyas ciegamente, te ganas un puesto en el gobierno. Es como un videojuego de supervivencia, pero sin botón de pausa y con consecuencias reales.
El líder cambia las reglas. Ahora, la democracia es opcional. La oposición es terrorismo. La protesta es traición. Y el pueblo, ese mismo pueblo que lo aclamó, empieza a notar que cada día hay menos derechos y más excusas. Pero ya es tarde. Y no es que no lo hayan visto venir. Es que pensaban que no los iba a afectar a ellos. Porque claro, «los problemas solo les pasan a los otros». Hasta que te pasa a ti. Hasta que un día te despiertas y descubres que tu negocio, tu casa o tu propia vida ya no es tuya, sino del Estado, o peor, de algún amigo del líder.
Claro, llega un momento en que el Gran Redentor ya no puede seguir culpando a sus propios ciudadanos. Así que necesita un nuevo enemigo. Uno externo. Uno que justifique estados de emergencia, medidas extremas y, por supuesto, más poder para él.
Porque la historia nos ha enseñado que cuando un líder populista empieza a perder apoyo… siempre encuentra una guerra que lo mantenga en el trono. Así que da igual si es un conflicto con un país vecino, una supuesta invasión de hordas extranjeras, o simplemente un enemigo invisible como «el globalismo», «la ideología de género» o «la conspiración reptiliana». Lo importante es que haya miedo, porque un pueblo asustado es un pueblo obediente.
Pero incluso los grandes redentores tienen su final. Algunos caen en juicios históricos. Otros terminan escondidos en búnkeres, escribiendo memorias que nadie quiere leer. Y otros… bueno, otros simplemente desaparecen.
Lo malo es que, aunque un líder caiga, el manual sigue vivo. Porque la historia… siempre está lista para repetirse. Y mientras haya alguien dispuesto a comprar el cuento del «hombre fuerte» que viene a salvar la patria, la historia se repetirá. Tal vez con menos bigote, tal vez con un bronceado artificial o con una cuenta de Twitter más activa, pero al final del día, el mensaje es el mismo:
«Confía en mí. Yo sé lo que es mejor para ti.»
Hasta que un día, abres los ojos y descubres que lo único que te queda… es la historia repitiéndose una vez más.
Pedro Pablo Gómez Méndez
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