Colombia, S.A.: donde la ley es optativa y la trampa es política pública

En otros países, las instituciones públicas cumplen la ley.
En Colombia, cumplir la ley depende de cuánto café se haya tomado el funcionario de turno y de cuántos amigos provisionales haya que proteger.
La última tragicomedia de nuestro circo nacional la protagoniza la DIAN, esa entidad que debería velar porque usted pague hasta el último peso en impuestos, pero cuyos directivos creen que las órdenes judiciales son como las promesas de campaña: algo que se dice bonito, pero nadie espera que se cumpla.
Dos juzgados —uno en Bucaramanga y otro en Barranquilla— decidieron que ya estaba bien de jugar al “hágase el loco” y sancionaron a los altos mandos de la DIAN con arrestos y multas por desacatar fallos de tutela.
¿El crimen?
Negarse a nombrar a personas que pasaron un concurso de méritos para cargos públicos, prefiriendo sostener a sus viejos conocidos: los provisionales, esos seres míticos que habitan los pasillos del Estado desde hace décadas, a veces con más estabilidad que un dictador tropical.
La defensa de la DIAN fue, como siempre, un poema al absurdo: alegaron que cumplir los fallos “afectaría la estabilidad” de quienes ocupan los cargos de manera provisional.
Traducido al colombiano estándar: “no queremos molestar a los recomendados”.
Es que aquí ser provisional no es un accidente; es una estrategia de supervivencia.
La lógica es simple: si eres bueno, estudias, concursas, pasas los exámenes y crees en el Estado de derecho… te jodiste.
Si eres provisional, solo necesitas tener buenas rodillas para agacharte ante el padrino político correcto.
La meritocracia en Colombia es como el Yeti: hay huellas, rumores, hasta documentales… pero nadie lo ha visto en persona.
Y no es solo la DIAN.
La Fiscalía, esa cueva de maravillas jurídicas, también arrastra su propio drama.
Aunque existen concursos públicos para llenar cargos en propiedad, muchos puestos siguen ocupados por nombramientos provisionales que resisten más que el WiFi de una cafetería barata.
Se habla de decenas de procesos de nombramiento estancados, miles de aspirantes esperando, y un sistema que prefiere que todo siga igual: anquilosado, opaco e ineficiente.
Un sistema donde la honestidad es vista como un pasatiempo excéntrico y no como un requisito.
Porque aquí la provisionalidad no es la excepción: es el sistema.
Un sistema donde, si obedeces una tutela, eres “radical”; si exiges meritocracia, eres “desestabilizador”; y si propones cumplir la ley, eres “enemigo de la gobernabilidad”.
El colombiano promedio ya entiende: el mérito importa menos que un extintor en el Titanic.
Mientras tanto, los directivos de la DIAN —esos héroes de la lentitud burocrática— enfrentan órdenes de arresto como quien enfrenta una multa de tránsito: con indignación sobreactuada y la esperanza de que alguien “arregle eso por debajo”.
Y mientras la gente que ganó los concursos sigue esperando nombramientos, los provisionales siguen calentando silla, blindados por la solidaridad mafiosa que une a toda la burocracia colombiana.
Aquí, un cargo público no se hereda, se enquista.
Todo se maneja como en una fiesta privada:
•¿Trajiste mérito? Paila.
•¿Trajiste padrino? Pasa sin problema, y pide otra copa.
El problema no es solo de funcionarios mediocres aferrados a sus puestos como garrapatas al perro público; es de todo un país que aceptó que la justicia tarda, el mérito aburre y la trampa da resultados inmediatos.
Colombia no es una nación fallida: es una empresa en liquidación sentimental.
Y si algo ilustra esta novela, es que en Colombia hay dos grandes carreras administrativas:
•La oficial, llena de exámenes, concursos, entrevistas y frustraciones.
•Y la real, donde ganar un cargo depende de quién firma la carta, no de quién aprueba el examen.
Así que cuando vea noticias de funcionarios arrestados por desacatar fallos judiciales, no se indigne.
Piense que, en Colombia, desobedecer la ley no es corrupción: es cultura.
Una cultura donde robar es arte, incumplir es deporte nacional, y la ética es solo otra materia opcional en la universidad de la vida… esa misma universidad donde los diplomas son de cartón, pero los cargos son vitalicios.
Al final, los concursos seguirán, los fallos se ignorarán, los provisionales resistirán, y el país, fiel a su tradición, seguirá cambiando todo para que todo siga exactamente igual.
Bienvenidos a Colombia S.A.: donde los derechos son provisionales, la justicia es condicional, y el mérito es totalmente opcional
Pedro Pablo Gómez Méndez
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